28

Jul
2018

Medina Azahara-Patrimonio Mundial de la Unesco 2018

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Madinat al-Zahra, castellanizada con el nombre de Medina Azahara, fue la estrella dorada de la ciudad más poderosa del mundo en los umbrales del nuevo milenio. La ciudad palacio que mandó edificar Abd al-Rahman III a las afueras de Córdoba, fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en julio de 2018, al ser un sorprendente ejemplo de la avanzada arquitectura urbana de la cultura Omeya.

En el año 929 Abd al-Rahman III se autoproclama califa, la máxima jerarquía en el islam, compra a los visigodos la basílica de San Vicente y construye sobre ella la primera Mezquita, asumiendo así su nuevo título jerárquico y todo lo que ello comportaba. Muere en 961, dejando los cimientos de una cultura y de una nueva dinastía que extenderá su poder prácticamente a toda la Península Ibérica. Con su muerte, la crisis se desata. Al-Andalus padece una interminable guerra civil que arrasa con Medina Azahara. El saqueo, el ostracismo y el olvido redujeron a la ciudad a ruinas, permaneciendo abandonada y sirviendo de cantera extraoficial para muchos de los patios y edificios cordobeses. Entonces, su hijo y sucesor, Al-Hakam II, aparece rescatando la construcción del legado de su progenitor, en el año 975, tras 40 años de duro trabajo.

 

Los arquitectos proyectan la ciudad perfecta que incorporaba suelos de los materiales más sorprendentes traídos de todo el mundo, alumbrado público nocturno y alcantarillado. Salones refinados que recibían a boquiabiertos emisarios de otros países, delicadas alquerías y fabulosas filigranas en los capiteles de sus columnas. Se establecen tres terrazas con zonas residenciales, zonas oficiales, mezquita propia, áreas de descanso, restaurantes y cocinas, recreo, zonas para la belleza y el descanso, y áreas de seguridad junto a las entradas. En la terraza superior constituye el salón del trono y la residencia del califa y su familia. La segunda terraza la ocupan edificios administrativos y centros religiosos. La tercera terraza, la más ofrecida a los caminos que la unían con Córdoba. La plantación de almendros cambiaba el color de la ladera de su monte a un blanco que creaba un efecto de manto de nieve. En la ciudad brillante se utilizaban vasos y copas de cristal transparente, algo impensable en un mundo en que el mayor lujo hasta entonces eran los recipientes de metal. Sus habitantes se cambiaban de ropa según la estación. Se acompañaban las comidas con música de fondo de laudes y de otros detalles que el famoso Ziryab, aquel atractivo cantante mulato venido de Damasco, había puesto de moda en la corte cordobesa ya un siglo antes.

 

Pese al hecho de que por el momento se ha excavado y reformado únicamente un 10% de sus vestigios, su singularidad y atractivo hacen de esta emblemática ciudad-palacio un lugar con magia que, abandonado a su suerte durante siglos, vuelve ahora a protagonizar la cultura mundial.

 

¡¡¡FELICIDADES CÓRDOBA!!!

 

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