“Y es que la Habana y Cádiz se tienen la una a la otra como hermanas gemelas que se miran de frente con el reflejo atlántico de por medio”.
Las ciudades mellizas crecieron prácticamente al unísono bajo el brillo del océano atlántico. Y aunque hay rumores sobre la creación anterior del Malecón de Cádiz al cubano, a la muralla gaditana no le queda más remedio que encajar ser vista como la hermana menor del caribeño.
El malecón de Cádiz une dos ciudades que crecieron desde el mar hacia el interior y que las separan 14 km de paseo marítimo con la imagen del oleaje golpeando sus muros. Desde la Caleta hasta el Campo del Sur se representa el embrujo que encerraban los viajes de la conquista de las tierras americanas. Playa que inspiraría a músicos de todas las épocas, actores de acción y que embruja a quien la conoce.
Mientras Cádiz regala a los transeúntes sus increíbles puestas de sol, su hermana gemela empieza a despertarse. Separadas por la inmensidad del océano Atlántico, ambas ofrecen espectaculares vistas, soportan gran cantidad de humedad y salitre, sensación con la que sólo sus gentes saben convivir y como sin pausa, convocan al viento, a olas y mareas para decirse en clave, sus secretos. Sin duda, otro guiño a una relación que no entiende de distancias.
Desde que estuve, niña, en La Habana
no se me puede olvidar,
tanto Cádiz ante mi ventana, tacita lejana,
aquella mañana pude contemplar…
Las olas de la Caleta, que es plata quieta,
rompían contra las rocas de aquel paseo
que al bamboleo de aquellas bocas
allí le llaman “el Malecón”…